Solo quien tiene la capacidad de entrar en su interior está apto para ir y caminar con Dios los caminos de los hombres.
Es ahora el tiempo de gracia, este es el momento oportuno, no lo desperdicies.
Uno se encuentra consigo mismo cuando toma el tiempo para conversar a solas, en silencio, sin ruidos, sin apresuramientos con su propia interioridad.
Unos días de retiro, de silencio, de soledad son una auténtica celebración de lo profundo.
Aprovecha estos días de Semana Santa para entrar en el misterio de tu fe, para encontrarte con el resucitado que habita en ti.
Esta manera de acercarnos a la Biblia es darnos la posibilidad de abrir una de las mil puertas que nos permiten entrar en contacto con este libro maravilloso a partir de su trasfondo judío y de su espiritualidad.
lunes, 14 de abril de 2014
PASCUA: DESCUBRIR EL ROSTRO DEL OTRO EN LOS OTROS
Hemos entrado en el tiempo litúrgico de Pascua, luego de haber pasado
cuarenta días en “cuarentena” espiritual y física. Este tiempo de sanación
interior, de purificación interior nos ha ayudado a entrar en la gran alegría
de la fiesta pascual.
Es decir, es una actitud interior que se despierta en mi cuando veo al otro, algo que mueve a ir hacia el otro para hacerle un bien. La pregunta sería ¿entonces quién es el otro?
El Papa nos invitó en su mensaje de cuaresma a reflexionar en un texto
de San Pablo a los Corintios: “Pues conocen la gracia de nuestro Señor Jesucristo,
el cual, siendo rico, se hizo pobre por ustedes para enriquecerlos con su
pobreza” (2Cor 8,9).
Se me ocurre que podríamos desglosar este versículo y ver qué significa
en lenguaje bíblico la gracia de
Jesucristo, el ser rico y pobre y
el enriquecer con la pobreza.
Me voy a referir a estas palabras desde la tradición hebrea, es decir
desde la mentalidad que está detrás de estos términos aunque en el Nuevo
Testamento los encontremos escritos en griego.
1.
La gracia de Jesucristo
Hablar de la gracia en sentido bíblico es hermoso. Gracia o gratitud se
dice en hebreo Hesed. Que también
quiere decir bondad, favor y pensar en el otro. Tomándola en su dimensión existencial podemos decir que es cualquier
gesto de bondad de parte de quien está en grado de hacer un favor a otro que se
encuentra necesitado.Es decir, es una actitud interior que se despierta en mi cuando veo al otro, algo que mueve a ir hacia el otro para hacerle un bien. La pregunta sería ¿entonces quién es el otro?
El otro siempre nos atrae, buscamos su cercanía. Necesitamos
relacionarnos con el otro, como dice Emmanuel Levinas el rostro del otro siempre nos solicita. Pero para que sienta que
el otro me requiere lo debo descubrir como persona, con derechos y deberes como
yo.
Lo que vemos del otro es siempre su rostro, es lo que primero
observamos, lo que primero nos llama la atención. Y los rostros hablan,
expresan algo. No son simples imágenes, ni meros conceptos, son llamadas a mi
consciencia.
Según esta manera de relacionarme con el otro siempre el otro será
necesitado de Mi y yo al hacerme otro para otros los necesitaré.
Volviendo a Levinas, él dice que no es del interior de Mí que fluye la
exigencia ética, sino del otro, que me interpela, me convoca, me obliga. Es la
heteronomía que es la fuente de la ética levinasiana. El otro se revela de
entrada diferente, de una diferencia no especifica sino de una diferencia
absoluta, inconcebible en términos de lógica formal que solo se instaura por el
lenguaje[1].
2.
Rico y pobre
Rico es quien posee y no necesita de otros. Rico quiere decir alguien
poderoso, que puede proveerse a sí mismo. Pobre es alguien necesitado, alguien
que espera de los otros.
Según san Pablo, creemos en un Dios que sale de sí mismo, que busca el rostro
de otro, que lo necesita y se hace necesitado. Un Dios que sale y muestra su rostro, este es el misterio de la Encarnación
– Resurrección. Y si muestra su rostro es para que nos fijemos en él y nos
acerquemos. Decimos que el rostro de Jesucristo lo vemos en el rostro de los
hombres y mujeres que nos rodean. Entonces, ir al encuentro de este Dios es ir
al encuentro de un Dios pobre que acontece en la vida del ser humano, en el
rostro de los otros.
3.
Enriquecer a otros con nuestra pobreza
El Papa en su mensaje dice que este texto de Pablo nos muestra ante todo, cuál es el estilo de Dios. Dios
no se revela mediante el poder y la riqueza del mundo, sino mediante la
debilidad y la pobreza.
Algo de riqueza tenemos, somos ricos de algo siempre, algo poseemos,
algo es nuestro haber, que puede ser material, espiritual, artístico... Y que
ese algo, o ese mucho que poseemos, debe estar dispuesto para alguien, para que
el otro que pueda enriquecerse con ello.
Si nuestro Dios es un Dios en constante donación y entrega, un Dios tan cercano,
un Dios generoso y sin apegos pues lo ha dado todo, hasta su propio hijo, nosotros,
creyentes, no podemos hacer otra cosa que ser como él.
El Papa hace eco de las palabras de Leon Bloy: se ha dicho que la única verdadera tristeza es no ser santos. Y
aumenta que podríamos decir también que
hay una única verdadera miseria: no vivir como hijos de Dios y hermanos de
Cristo.
Aquí encuentro la verdadera razón que nos mueve al desapego verdadero,
al don de nosotros mismos, y es el sentirnos hijos y por consiguiente hermanos
en Jesús, hermanos los unos de los otros. En toda familia, formada con valores,
buscamos que ninguno pase por necesidades extremas, buscamos que estar bien,
nos preocupamos por la salud y el bienestar de los miembros de ella, pero esto
solo acontece cuando estamos bien enraizados en ella.
Sin vínculos afectivos no hay
vínculos efectivos. Y estas dos
palabras afectivo y efectivo tienen algo en común es que ambas, palabras latinas,
están formadas con el verbo hacer, facere.
Afectivo es hacer algo agradable en favor de alguien y efectivo significa que ese
algo se hace bien.
En una relación filial y fraterna auténtica se dan estos dos elementos:
un fuerte vínculo afectivo que empuja a una solidaridad efectiva hacia el
hermano. Solidario porque se adhiere a una causa común que es la felicidad de
todos.
4.
El culmen de nuestra fe es el Rostro del
Resucitado
Hacia allá nos conduce la cuaresma, hacia el rostro
del resucitado. Un rostro que fue maltratado, humillado, un rostro sufriente
pero que ahora aparece ante nosotros radiante, transfigurado. Un rostro que no
se deja descubrir tan fácilmente, con quien hay que hacer camino pues se
esconde detrás del peregrino de Emaús que camina con los otros dos o detrás del
hortelano que habla a María de Magdala.
Ese es el resucitado, el hombre y la mujer que
camina a mi lado y me esconde tras su perfil el rostro del amado, del
resucitado, el rostro de Jesús el Mesías.
[1] Levinas, Emmanuel. Totalité et
infinit. Essai sur l’extériorité, La Haye, Martinus Nijhoff. 168.
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