miércoles, 15 de octubre de 2014

LA MITAD DE LA VIDA, TIEMPO PARA COMPROMISOS RADICALES

Es curioso que el libro de los Hechos (7,23) en el discurso de Esteban antes de su lapidación nos presente la vida de Moisés marcada por cuarentenas de años. Cuarenta años como egipcio, cuarenta en el desierto como esposo de Séfora y cuarenta caminando con el pueblo en el desierto.
Es decir que Moisés conoció a Séfora y formó una familia a los cuarenta. También se nos narra que Isaac tenía 40 años cuando se caso con Rebeca Gn 25,20 y que Esaú tomó mujer a los 40 años Gn 26,34. Josué tenía también 40 años cuando fue enviado por Moisés Jos 14,7, de él la Biblia no nos dice que fuera casado, sin embargo las fuentes rabínicas en el Talmud afirman que se casó con Rahab, la mujer de Jericó.
¿Qué significa esto? ¿Qué hay que esperar a llegar a los cuarenta para casarnos?

¡No! Significa ante todo que en la vida de estos héroes de la Escritura algo importante y fundamental acontece en la mitad de la vida.
La Escritura es sabia, las edades y los nombres son simbólicos e invitan a que el lector creyente se confronté.   
 
La mitad de la vida, un tiempo para reflexionar
sobre el camino recorrido y la presencia de Dios en él.
El libro del Deuteronomio es rico en memoria, nos invita constantemente a no olvidar, a no dejar de lado lo que ha acontecido en nuestra vida en estos treinta, cuarenta o cincuenta años, es decir, en la primera etapa de nuestra existencia. Digámoslo mejor, sin importar la edad que tengamos pensemos que estamos en la mitad y que es importante tomar el retrovisor y leer en él las señales que Dios nos ha hecho.
40 años que tu Dios está contigo sin que te falte nada Dt 2,7
Recuerda el camino por donde Dios te llevó durante 40 años Dt 8,2
Tu vestido no se gastó, ni tu pie se hinchó durante 40 años  Dt 8,4
¡Qué bellas frases!, todo ha sido  y es gracia en nuestra existencia.
 
La mitad de la vida,
 un tiempo para sanarnos y ponernos en pie

Parece que en la Escritura hay una invitación a ponernos en pie, a sanarnos, cuando ya estamos adultos, quizás porque es la época en que podemos tomar conciencia de nuestra situación y tomar un nuevo rumbo.

Si observamos bien, el paralítico de Bethesda tenía 38 años (Jn 5),  el paralítico de la puerta bella tenía más de cuarenta años (Hch 4,22). Y los dos en su encuentro con el Señor o con sus enviados son sanados en su Nombre. 
 
Seguro que envejecemos, de esto no hay duda pero como dice san Pablo bellamente en su primera carta a los Corintios “Por tanto no nos acobardamos si nuestro exterior se va deshaciendo, nuestro interior se va renovando de día en día” (1Co 4,16). 

Si para nosotras mujeres, dividimos nuestra existencia en tres etapas, siguiendo la manera como Grecia concebía la vida de la mujer en la antigüedad, según la diosa tripartita: doncella, madre y anciana. Creo que para los hombres es radicalmente diferente, pero un tanto similar si conservamos tres etapas viendo las tres etapas de Moisés. Pasan por una primera etapa de niños-adolescentes y jóvenes adultos, luego viene una segunda etapa de padres y esposos, y por último hablemos de la tercera etapa de sabios y guías de comunidades.
 
Una flor de nuestro jardín interior



La clave está en vivir la etapa que nos corresponde sin ser los eternamente adolescentes.

El propósito de nuestras vidas es el de llegar a ser ancianos es decir sabios.